lunes, 10 de agosto de 2015

LA TRILOGÍA DE ZÚÑIGA SOBRE LA GUERRA CIVIL (II)


Tres notas conforman esta segunda (y última) entrada sobre Eduardo Zúñiga. En la primera hablo de un tema recurrente en la trilogía; el amor frustrado. En la segunda estudio uno de sus relatos más significativos: Noviembre, la madre, 1936. Y en la tercera resumo algunas opiniones críticas significativas sobre su obra-


UN TEMA RECURRENTE: EL AMOR FRUSTRADO

La guerra produce en muchos de los personajes de la trilogía cambios inesperados que sorprenden a quienes les rodean. En el comienzo del cuento “El viaje a París”, del libro Capital de la gloria el narrador dice: En tiempos tan difíciles, en una guerra, nadie podía entender los cambios que acaecían pues los hechos se atropellaban y la integridad de los caracteres se quebraba, maltrechos por alarmas, miedos y conmociones. Y unos de los cambios más recurrentes en los relatos de la trilogía es el que se produce en los sentimientos amorosos de los personajes, como si la guerra (con la posibilidad real de que con ella se fuera la vida en cualquier momento) operara de válvula de escape que permitiera aflorar las frustraciones y los deseos ocultos.  Amores secretos, impulsos reprimidos, decisiones imprevistas se revelan en muchos de esos relatos. Y casi todos ellos tienen un punto en común: su final fallido, su desenlace fracasado, como si el autor negase que el amor pudiera sobrevivir entre tanta destrucción; o dicho de otra manera, como si otra de las destrucciones que acompañan a la guerra fuera la del impulso amoroso.

Podemos ver bastantes casos de esta situación.  Por ejemplo, frustración, vencimiento, derrota es lo que le sucede a la madre de “El viaje a París”, que creía haber encontrado un renacer  y una transformación en la continuada aventura furtiva con un extranjero y que, al final, se derrumba en la mesa familiar, vencida por la adversidad: Terminado el plato de la cena, apoyó los brazos en la mesa y todo el volumen de su cuerpo gravitó y se hundió como si de allí ya no pudiera levantarse por una renuncia que la mantuviera sujeta al círculo de hijos, unida a la suerte fatal que les aguardaba, según era justo prever.

Algo parecido  le ocurre a Adela, la protagonista de “Los deseos, la noche”, que sale de casa al anochecer, dispuesta a no negarse a la solicitud que alguno le hiciera e irse donde la llevara, dispuesta a experimentar lo que hacía tiempo deseaba En ese deambular nocturno fracasa en su deseo de unión primero con su novio, después con el desconocido del refugio, y al final, ni siquiera consigue posar desnuda para un cuadro de su tío pintor, otro frustrado en su amor imposible por su vecina Carmela.

¿Y qué decir de esa pobre costurerita, Rosa de Madrid, sin noticias de su novio, aterrorizada por las muertes ocasionadas por las bombas, que va errando sola por las noches, incapaz de sentir el arrebato de la pasión con la que siempre soñó , y que solo es capaz de librarse de la angustia con ese chillido desgarrador del final del relato?:  Rosa oyó un ruido de tambores, sordo, pausado, que se acercaba; como un único tambor enorme, o muchos que venían con la noche, en una multitud silenciosa y malvada, dispuesta a destruir todo, y avanzaban hacia la estación, y al figurarse esto, lo que tanto temía, dio un chillido, se tapó los oídos con la palma de las manos y para protegerse corrió al umbral de una puerta cerrada, se acurrucó en el suelo y gritó, porque gritando alguien podía venir y salvarla; así aulló durante horas.

Doble frustración (la del amor no correspondido y hasta la del amor que “no puede decir su nombre”) es la que acompaña a Antonio hasta los años de la posguerra en su inútil perseguir la figura de Julio a quien no ha dejado de amar, siempre en secreto. Y también es imposible para Santiago alcanzar el amor de Amalia en el relato “Las huidas” con la ironía final de que, cuando ella decide aceptar interesadamente el amor de Antonio, este ya ha huido de Madrid a Valencia dejándola abandonada.

A veces el suicidio es el último refugio para esos amores contrariados, como el que ejecutan las dos mujeres del relato “Calle de Ruiz, ojos vacíos” y que descubre un ciego, amante de una de ellas: Le acarició la cara y le movió los brazos y la cabeza, pero de pronto sus dedos rozaron otro cuerpo y pasó a palpar otra mujer también desnuda que él no podía imaginar quién fuese y que le arrojó a una hondonada de horror aún más incomprensible cuando sus manos llegaron a las piernas y las encontró trenzadas, rígidamente entrelazadas las inefables morbideces que le golpeaban la cabeza como mazas al reconocer que estaban ceñidas a las de Carmen tan fuertemente como raíces o tallos de hiedra o miembros de amantes crispados de pasión.

En ocasiones el amor se tiene que ocultar para no herir, pero ese ocultamiento acaba descubriéndose arrastrando consigo a los protagonistas.  Así ocurre en dos relatos muy similares, “Anillos de traición” y “Hotel Florida, Plaza del Callao”. Esta es la reflexión final de uno de los protagonistas de este último relato, cuando una muerte violenta le lleva a descubrir un penoso (para él) secreto amoroso: Para mí fue un cuchillo puesto en la garganta. Me callé, pensé en todo aquel desastre que se nos venía encima y ella, en medio del remolino, interrogada, asediada a preguntas, quién sabe si hablaría de paseos por barrios extremos o del bisturí con su funda dorada que como juego llevaba en el bolso (…) Pese a todo, la quería  como a ninguna otra, esquiva, inconquistable: la culpa era de la  guerra, que a todos cegaba y arrastraba a la ruina.

Pero no siempre se acepta la realidad de esta manera; es el caso del marido tullido de “Puertas abiertas, puertas cerradas”, que deja encerrados a los dos amantes (su mujer y su hermano) para ir luego a denunciarlos como quintacolumnistas.

En fin, otras veces el amor (o el sexo) es solo una aventura pasajera y oculta como la que viven los personajes de “10 de la noche, Cuartel del Conde Duque”, uno de los relatos más desesperadamente tristes de los de este asunto. O la búsqueda del amor/sexo conduce a la muerte como le sucede a unos de los dos milicianos que abandona su posición una noche para estar con una mujer (“Ventanas de los últimos instantes”).

Para acabar, el señuelo del amor llevará a otros personajes a su ruina, como le sucede a la dependienta de “Mastican los dientes. Muerden”, engañada doblemente por un señorito rico que acabará denunciándola para salvarse él y su familia. El tema del amor y la codicia (ahora mezclados con el heroísmo y la abnegación) también domina el relato “Joyas, manos, amor, las ambulancias”.

Todos estos son ejemplos de un tema reiterado en los cuentos de Zúñiga: la guerra exacerba la necesidad de amar de las personas, hasta llegar a trastornarlas; pero nunca ese amor conduce a la felicidad de los personajes: al contrario, frecuentemente les lleva a su destrucción.



ANÁLISIS DE UN CUENTO,  NOVIEMBRE, LA MADRE, 1936

El primer relato de Largo noviembre en Madrid abre cronológicamente el libro (aquellos meses de plomo) de la misma manera que el último relato lo cierra cuando el centinela protagonista acepta la inmediatez de la derrota (cargado de todas las experiencias que se hubiesen acumulado en los últimos tres años). Entre esos dos espacios temporales (1936-1939) y en un solo espacio físico (Madrid,  pobre y limpia, pequeña, de aires puros y fríos, algunas avenidas, iglesias y ministerios, asentada entre campos yermos, rodeada de arrabales con nombres entrañables para los que vivieron su historia cotidiana), se desarrollan los dieciséis relatos del volumen.

El cuento inicial, titulado Noviembre, la madre, 1936 es una especie de pórtico o introducción al sentido e intención del resto que componen el volumen: Una voz anónima abre el relato con el temor de que el tiempo borre todo rastro de la guerra: Pasarán unos años y olvidaremos todo; se borrarán los embudos de las explosiones, se pavimentarán las calles levantadas, se alzarán casas que fueron destruidas. Cuanto vivimos parecerá un sueño y nos extrañará  los pocos recuerdos que guardamos.

Casi al final del cuento, la voz en primera persona del narrador (¿autor?) responde y contradice ese temor inicial y afirma: Así éramos entonces. Han pasado muchos años y a veces me pregunto si es cierto que todo se olvida; desaparecieron los últimos vestigios, sí, pero en un viejo barrio observo en la fachada de una casa la señal inequívoca del obús que cayó cerca y abrió hondos arañazos que nadie hoy conocería, y me digo: nada se olvida, todo pervive. Y esto que se dice a sí mismo el narrador constituye el resto del libro (y aun de la trilogía): hundiéndose por el subterráneo del recuerdo, Juan Eduardo Zúñiga recompone la foto rota en mil pedazos que fue el Madrid de la guerra y la inmediata posguerra. Y frente a la advertencia temerosa de la madre (pasarán unos años y olvidaremos todo) el hijo afirma lo contrario: todo pervivirá. Y, gracias a la escritura, ni la muerte --podemos decir nosotros, contradiciendo aparentemente al autor-- borrará la persistencia de aquella cabalgata ennegrecida que fueron los años que duró la contienda.

Por lo demás, gran parte de los temas reiterativos a lo largo de la trilogía están presentes en este relato. Veamos algunos de ellos:

El cainismo fratricida, como símbolo del significado de la guerra civil. Sin llegar a extremos de odio de los hermanos de Campos de Carabanchel, los tres hermanos de este relato compartían una casa como personas desconocidas (…) perdida la antigua evocación familiar, sentían entre ellos una aversión que no se ocultaban porque a la muerte de sus padres se había producido una separación infranqueable; de tal manera que tenían el propósito de no volver a verse no bien se terminara aquel asunto.

La descomposición de una estructura familiar tradicional. Aparece el recuerdo de la figura desvaída y muda del padre alejado de los suyos porque compartía su paternidad con  otra casa, y del que poco sabían, ni de sus ingresos, ni de sus amistades, porque vivía como huésped en una casa cómoda, donde tenía una familia que le prestigiaba y cuya formación había correspondido a una unión artificial, no basada en sentimientos ni en amor, sino en unas razones escuetas y prácticas que estaban ligadas a su mundo.
Frente a ese padre distante, la madre vive aparentemente absorbida por lo hogareño aunque el hijo menor percibe sus deseos de huir de esa prisión en la que vive, condenada de por vida al entramado familiar, pendiente de la administración doméstica, sin entrever una forma de escapar. Enfrentados al padre y a los hijos mayores, se forja una tenue alianza entre la madre y el hijo pequeño plasmada en la decisión de desechar para siempre la mezquindad de aquella forma de vida, la impronta vergonzosa de lo pasado y mirar de frente otras posibilidades.

La ciudad de Madrid comparada a una madre: pasan los años, estés o no ausente, y un día regresa el pensamiento a sus lugares acogedores, a lugares unidos a momentos de felicidad, de ternura; ciudad que de un momento a otro iba a convertirse en campo de batalla, pero cuyos habitantes humildes fortificaban para rodearla y defenderla con un círculo de amor, con un abrazo protector.

Los enfrentamientos sociales en la guerra civil. La burguesía, representada por los hermanos mayores que desean se acaben esos meses de plomo y  se abriera una época nueva y así entregarse a todas las quimeras, todos los caprichos que se harían realidad: los amores, la cuenta corriente, el mando a lo que tenían derecho por su clase social. Son los hombres de negocios que cruzaban sus miradas desafiantes a través no ya de meses, sino de muchos años. Acaso desde los hábitos que implantó en el país la Regencia con el triunfo de los ricos y sus especulaciones.
Frente a ellos, las clases populares por los desmontes de la Ciudad Universitaria luchaban por algo muy distinto; acaso sin saberlo ellos bien, les movía un impreciso anhelo de no ser medidos con el distante gesto del superior que les juzga según sean capaces de rendir provecho e incrementar su hacienda.

Las personas humildes, los seres anónimos como protagonistas de la historia. Ninguno de los personajes del libro es un personaje relevante. Algunas veces son aventureros extranjeros, anónimos brigadistas, o quintacolumnistas adinerados, pero la mayoría de las veces son hombres y mujeres anónimos, corrientes en sus afanes diarios, los protagonistas de los diferentes relatos. En el que abre el libro no sabemos ni cómo son físicamente, ni cómo visten, ni siquiera, cómo se llaman sus protagonistas, simplemente son “la madre” o “el hermano menor”. Hay en toda la trilogía un deseo evidente de dignificar a los hombres y a las mujeres aparentemente oscuros y ordinarios pero poseedores de una vida interior más rica y compleja que la que se desprende de su exterior convencional y anodino.

Y si estos son algunos de los temas de este relato, temas que se repiten una y otra vez en los otros, también desde el punto de vista formal encontramos otros ejemplos comunes en todo el libro. El más importante es el uso del párrafo amplio, casi como una salmodia, mediante el cual el pensamiento del autor se puede desplegar en toda su complejidad. Pongo dos ejemplos, casi al final del relato:

Como la madre, ellos sabían que su libertad estaba en juego, que siempre les sometieron interminables trabajos repetidos día tras día, de acuerdo con la convención de la obediencia y del salario, sin poder rebelarse ni renegar porque las costumbres, el buen parecer, el orden de una sociedad disciplinad, no se lo autorizaban y ni siquiera les estaba permitido que se expresaran claramente, ya fuese dentro del hogar, ya fuese con la huelga.

Como es herencia de las guerras quedar marcados con el inmundo sello que atestigua destrucciones y matanzas, ya para siempre nos acompañará la ignominia y la convicción del heroísmo, la exaltación y la derrota. La necesidad de recordar la ciudad bombardeada y en ella una figura vacilante, frágil, temerosa, que a través de la humillación y pesadumbre llegó a a hacer suya la razón de la esperanza.

Otro recurso constantemente utilizado por Zúñiga es la descomposición temporal, las idas y venidas del pasado al presente y de este al futuro, muchas veces en un mismo párrafo. En este cuento la anécdota se reduce a unas pocas horas en las que, tras una discusión familiar entre tres hermanos, el menor recorre la ciudad de Madrid para comprobar cómo las bombas fascistas han destruido el edificio de Antón Martín, propiedad familiar, con la que los hermanos contaban para mantener su elevado tren de vida. Pero en medio de esas escasas horas protagonizadas por tres hermanos, hemos asistido al pasado familiar, a la historia de los padres, al presente de la heroica defensa de Madrid y al soñado futuro esperanzador de una sociedad más justa.

Por todas estas razones, el relato Madrid, la madre, 1936 sintetiza y anuncia los demás de la trilogía.


LA CRÍTICA OPINA

A) SOBRE SU OBRA EN GENERAL

Su densa prosa, fundada en una sintaxis de insólita complejidad y belleza, parece no tener otro objeto que envolver el hecho mismo, que en este caso era el conflicto bélico -a la vez conflicto de vidas y de clases – y quedarse al lado, sin poner el foco en la esencia de los hechos, sino en sus aledaños (…) Zúñiga compone un ejemplar código cívico, en el que el ruido de lo público (la historia, la guerra) forma una cascada de ecos con lo privado (la ambición, el egoísmo, la solidaridad, el amor, la pasión, el sexo), y su prosa es esa precisa cascada de ecos, que deja al ámbito de la historia el estudio del estallido (Rafael Chirbes, El novelista perplejo, Barcelona, Anagrama, 2002, pág. 113).

Su marca será reconocible en la finura perceptiva, la oblicuidad, la economía verbal, cierto aire brumoso y onírico de sus fantasías, ya se trate de colecciones de cuentos portentosos sobre la guerra civil y la inmediata posguerra, ya de fragmentos narrativos, cohetes o iluminaciones, que pudieran pasar, aun no siéndolo, por poemas en prosa. (Antonio Martínez Sarrión, Jazz y días de lluvia, Madrid, Alfaguara, 2002  pág. 369).


B) LARGO NOVIEMBRE EN MADRID

[Zúñiga] trabaja en eso que Unamuno llamaba la “intrahistoria”, la vida cotidiana simple y compleja a la vez, de los que no eran héroes, de los que simplemente soportaban, ya fuera simpatizando con la República o sus enemigos, el peso de una guerra atroz (…) Lo que le interesa a Zúñiga es reconstruir la vida interior de la ciudad sitiada, cómo sobrevivían quienes sentían la historia como una pesadilla (Javier Alfaya, Las Calle, nº 107, 8/14 de abril, 1980).

Los cuentos de Largo noviembre en Madrid se cuentan entre lo más precioso de la literatura escrita sobre nuestra guerra civil. Compuestos en tono menor, en una prosa llena de meandros y de recovecos, que se ajusta admirablemente a la amarga desolación de las historias que se cuentan, rehúyen con inmenso pudor el énfasis de los heroico. (Javier Alfaya, El Independiente, 10.5.1990).

El autor ha sabido engarzarlos [los relatos] con una inexplicable sutileza, de suerte que, a medida que se avanza en su lectura, va despertándose la sensación de que no se está leyendo una colección de fragmentos escogidos al azar entre todos los que forman el gigantesco puzle de aquellos años, sino un mosaico en cuyas piezas se describen magistralmente los efectos del cerco de la capital (Juan Iturralde, El Mundo, 13.5.1990).

El cotidiano telón de fondo de la guerra, sólo presente de forma tangible a través de los bombardeos y las sirenas, va minando poco a poco la entereza e integridad de los ciudadanos, irguiéndose como personaje monstruo que planea como un buitre por encima de todos los momentos del libro (Enrique Páez, Mundo Obrero, abril, 1980).


C) CAPITAL DE LA GLORIA

Es de la vida misma de lo que tratan los cuentos de Zúñiga, de la subsistencia mortal y espiritual de los seres humanos sitiados, de sus secretos, de sus deseos, de esa contradicción terrible entre la rutina y la tragedia, del devenir diario de la capital reconvertida en el escenario de otra realidad que se sobrepone inmisericorde a la precaria y doméstica de sus vecinos, esa sombra de la guerra que empaña los paisajes urbanos del centro a la periferia, de la plaza al bulevar, esquina tras esquina (Luis Mateo Díez, El País, 15.3.2003).

Zúñiga ve la guerra desde dentro, y eso explica quizás el ámbito familiar en el que se mueven la mayoría de los relatos. La contienda cae como la peste sobre las familias, las acosa, distorsiona, envenena, pervierte. Así el dolor nunca es del todo individual sino colectivo. La sociedad resulta herida y agredida en sus centros más íntimos Por eso alienta un casi siempre latente lirismo en estas piezas (Miguel García Posada, Blanco y Negro Cultural, 22.2.2003).


D) LA TIERRA SERÁ UN PARAÍSO

La tierra será un paraíso presenta un lenguaje poco habitual hoy, aspecto que concuerda con el contenido. Frente a la expresión fácil de nuestros días, el libro presenta un discurso interminable, barroco, que recuerda un poco, sin serlo, a las novelas de hace unos años, cuando estaba en vigor la indagación textual. No obstante, no hay aquí complejidad que interrumpa la comunicación, aunque en algunos momentos el propio lenguaje se desborde a sí mismo y se alargue innecesariamente (Santos Alonso, El Urogallo, nº 37, mayo 1989).

La obra de Zúñiga nada a contracorriente y corre, por tanto, el riesgo de no ser aceptada fácilmente por una sociedad que, entre la memoria y el olvido, ha optado al parecer por este último (Constantino Bértolo, El País, 2.4.1989).


En La tierra será un paraíso está recreado un clima de miseria colectiva, de opresión y ruina moral que vale por sí mismo, como tema universal, al margen de las circunstancias concretas de las que se le hace brotar (…) El título de toda la colección es muy significativo: el renacer de una esperanza  que por la agresividad del contorno, más se asemejaba por aquel entonces a una maravillosa utopía (Darío Villanueva, Diario 16, 3.8.1989).

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